Sobre el grado cero de tensión

La nueva Bersuit, un poco descafeinada, se pierde en la comparación: no es tan divertida como la que contaba con la virtud y el defecto de Cordera: su gracia y su a pesar. La Bersuit solía ser desprolija, un desastre, un hermoso desastre, una voz ronca, un sollozo; era lindo escuchar sus vaivenes. Hoy, su virtud y su defecto no están más, Cordera anda haciendo líos de un modo foráneo y nadie más que sus probables fieles lo festejan, y la banda perdió brillo ganando, así, contraste. Sus letras ahora son compuestas por otro cuyas rimas son a la Calamaro, a lo Chano y, francamente, no es necesario: para eso ya los tenemos a ellos.
No obstante, uno de sus canciones, una de las que más se repetía, en su momento, en las principales radios del país, me propuso esta conversación. Se trata de «Así es». El título ya es denso, se siente olor a taxi, a taxi viejo, a taxi húmedo, a taxi lanateado. No importa. Hay un fragmento lírico interesante, perogrullo, interesante igual:

Así es la vida, muñeca rica

Por un lado te da y por el otro te quita

Te da un hachazo, y una curita,

Por un lado nos da y por el otro nos quita.

Lo que se infiere del estribillo es, sin preámbulos, la subyacente creencia de que todo tiende al orden, al grado cero de tensión. Es tan claro que me exhorta a explicarlo. Se trata de la pretendida lógica de la compensación, esto es, de la siguiente fórmula: donde irrumpe la virulencia de una equis suma de displacer, se alimenta como efecto la sanción de un consuelo. Es como si, detrás del telón, hubiera un geniecito benigno o no maligno interesado, por sobre todas las cosas, en la homeostasis, en el equilibrio general del Universo y del soma. Todo eso, a su vez, se parece, sin saberlo, a la Doctrina Susana Giménez la cual se basa, principalmente, en la certeza de que el que mata tiene que morir. Eso es la compensación. Pero, por suerte, la Justicia, ese ideal, esa construcción, no adopta este modelo del ojo-por-ojo: la Justicia, por suerte, es un poco injusta puesto que el que mata, por ejemplo, no muere como consecuencia sino que es encerrado mientras se intenta germinar en él ciertas formaciones reactivas, algún por favor, algún trastorno de acumulación de tapitas para el Garrahan, etcétera para, finalmente, devolverlo al orden social.
Por otra parte, esta noción, esto del hachazo y de la curita, esto del displacer y del placer, esto del equilibrio de las fuerzas tensionales, tiene algo de ying y yang: deja entrever que no es una cosa sin la otra. Ese geniecito, que bien puede ser la esencia de lo humano (de haber alguna), alguna fuerza innata, alguna verdad del cuerpo, no provoca un desastre sin intentar remediarlo luego. Es casi de sentido común. La biología -el geniecito- no se siente a gusto en el caos. Su motivación es, insisto, el grado cero de tensión. Todo parecería apuntar al remedio, al orden, a la no necesidad. Por eso vemos tantos tatuajes, verbigracia, del ying y el yang. Es cómodo, yoicamente cómodo, creer que para hacer el bien es necesario hacer un poco el mal. Eso encaja con cualquier neurosis.
Lo que se da por sentado -esto es lo llamativo- es que primero viene el displacer, primero aparece éste sobre la nada, sobre el agradable grado cero de tensión, arruinándolo y causando, como resultante, la necesidad de un movimiento como puede ser, según corresponda, el de beber agua, el de comer, el de pegarse una curita. La secuencia que propone la canción es ese: primero viene el hachazo, luego la curita. Todo en orden: la vaca tiene hambre y come pasto, hachazo y curita. Ahora bien, ¿y si el orden fuera, para nosotros los seres parlantes, inverso? ¿y si, en verdad, este geniecito ficticio, hipotético, aquí creado por palabras, más que benigno, fuera un perverso, el genio maligno cartesiano? ¿no será que primero viene la curita, el consuelo que no consuela nada, y luego, un tiempo después, el hachazo? Así, cambiando el orden, la homeostasis se cae, se cae su dictadura teórica. Es sólo un par de preguntas. Quizás, después de todo, el consuelo venga antes del drama; quizás, después de todo, no nos interesa en lo más mínimo, como seres que hablamos, el grado cero de tensión; quizás, después de todo, nos convoca el desastre, la queja, lo desprolijo, el desequilibrio, lo irrecuperable, lo inalcanzable.

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