El mejor de todos los tiempos

Hay decisiones del habla, de su tratamiento, que según una primera intuición parecen relativas al universo de la retórica, sin embargo, una pesquisa secundaria o superior termina por enseñar otra cara de aquella verdad: las decisiones retóricas son también, aunque tímidamente, decisiones conceptuales, apuestas teóricas, declaración de principios.

En la escena deportiva, el giro clásico para referir al mejor de todos hace referencia a la historia: Michael Jordan, podrá decir alguien, es el mejor de la historia. Contra este clásico de la crónica periodística y por extensión callejera, otra variante irrumpe conmoviendo algo más que lo ornamental, a saber, la variante de, en lugar de declarar a alguien “el mejor de la historia”, declararlo “el mejor de todos los tiempos”. Hay una diferencia, quizás sutil, entre una versión y la otra. Diferencia que no es reductible al mero ropaje de la lengua.

La historia es la historia de lo narrable. Es una narración con miras a la precisión y que ningún esfuerzo de imaginación debe manchar con su a veces carácter licencioso. Ahí donde lo imaginable encuentra su coto, la historia también. La verdad material a la que esta alude, entonces, es finita, está encerrada en su propio contenedor, el más allá de la historia es un misterio para la historia, un misterio que ni siquiera osa interrogar. Las narraciones del pasado son narraciones limitadas a las posibilidades del lenguaje, del pensamiento y del cosmos.

Declarar a alguien “el mejor de la historia” resulta desde esta perspectiva un elogio pero no el mejor de los elogios posibles. El mejor de la historia, sea quien sea, queda atado a los mismos principios y a las mismas leyes que la historia, esto es, su límite es el límite de la razón. Del magnífico Messi, por ejemplo, se puede decir y se suele decir, con razón, que es el mejor de la historia. Es el mejor de lo imaginado, un gran hombre del mundo, de este tiempo, el tiempo histórico. Todas sus hazañas, su loco hábito de volver trámite lo irrealizable, lo convierten a Messi es una excepción maravillosa, pero la jurisdicción de su alma tropieza con la grieta de nuestras ideas que nos salva de la confusión entre lo mítico y lo vivido. Messi no conoce, según parece, el más allá. Messi es el mejor jugador de la historia, del tiempo que todos conocemos, el tiempo de lo que hubo.

Ahora bien, y es este tal vez el punto más álgido de esta tesis, el tan rimbombante título de “el mejor de la historia” que tan bien le calza a Messi, como una remera talle small, resulta para un Maradona una tomada de pelo, una bajada de precio, un elogio que ni alcanza a elogiar sus tan castigados tobillos. Maradona, quien alimenta esta expedición, este homenaje, merece y le cabe un piropo distinto: es, no el mejor de lo narrable, que es poca cosa, sino el mejor de lo inenarrable; Maradona es, así, el mejor de todos los tiempos.

En el área iluminada de lo expresable, Messi ha demostrado ser el mejor mortal en lo suyo, mas la vida no se deja adoctrinar por lo mundano, no se deja cautivar por lo narrable, por esos límites del lenguaje y de la experiencia sensorial. Hay vida terminado el mundo. Hay el tiempo de la fábula, el tiempo del mito, el tiempo de las cosmogonías, el tiempo de la gauchesca, el tiempo de lo irrepresentable, el tiempo de la ficción en general, el tiempo de las santas escrituras, el tiempo de la épica, el tiempo de la prehistoria y la posthistoria, el tiempo del fin de todo y de lo eterno, etcétera. Y hay muy pocos hombres de nuestra historia, la experimental, muy pocos hombres de carne y hueso, tan humanos, que pueden sin pedir permiso atravesar cada uno de estos continentes de lo temporal y de la imaginación: uno de ellos es Diego Armando Maradona.

Es en ese sentido que Maradona se consagra como el mejor de todos los tiempos: acá y allá, en lo pensable y en lo impensable, en lo divino y en lo mundano, en lo místico y en lo científico, en la mitología y en la antropología, es en todas partes que Maradona se define como digno de ser y participar. En cada tiempo es recibido con aplausos y aclamaciones. Un héroe trágico, un santo, un ángel, un gaucho, un marginal, un fantasma, un elegido, un hombre extraordinario, un Übermensch, un hombre común y corriente. Todo eso es Maradona, todo lo que podemos decir y todo lo que nos resulta imposible o una porfía decir.

Fechner, filósofo del siglo XIX, decía algo interesante de los grandes hombres:

De hecho, incluso durante la vida, cada persona crece con sus efectos sobre los demás a través de la palabra, el ejemplo, la escritura y la acción. Incluso cuando Goethe estalló, incluso cuando Napoleón vivía, la fuerza de sus espíritus penetraron en casi todo el mundo; cuando ambos murieron, esas ramas de la vida que los llevaron al mundo circundante no murieron con ellos; sólo se extinguió la fuerza motriz de las nuevas ramas de este mundo, pero el crecimiento y desarrollo de esta descendencia, que se originaron en esos individuos y, en su totalidad, volvieron a formar otros individuos, ahora tienen lugar con la misma autoconciencia inherente, que ciertamente no podemos captar, como antes de sus primeras emergencias. Un Goethe, un Schiller, un Napoleón, un Lutero aún viven entre nosotros, en nosotros y seguros de sí mismos, ya desarrollados más que a su muerte, pensando y actuando en nosotros, generando y desarrollando ideas.

Fechner, G. T. (1836). Das Büchlein vom Leben nach dem Tode.

La misma propuesta espiritual cabe para Maradona, comparable sin lugar a dudas con los hombres referidos. Un día se acabará su “fuerza motriz de este mundo”, pero no así su vigencia, su fuerza extramotriz, su metafísica, su estar entre nosotros y en nosotros, su influencia y su desarrollo atemporal. Maradona se ganó el derecho a la eternidad. No hay un después de Maradona. Maradona vivirá por siempre en cada relato, en la música, en cada poesía, en la épica, en mitologías locales e internacionales, en los símbolos, en la memoria escrita y en la no escrita, que es la que importa. Maradona ha vencido en este tiempo pero también ha vencido en lo inmaterial, en lo indecible, en los márgenes del pensamiento. No se conformó con ser el mejor de la realidad, quiso ser demiurgo y se inventó y nos inventó un tiempo nuevo, un mundo mejor: uno donde existe, siempre, Diego Armando Maradona, o como decimos algunos, el mejor de todos los tiempos.

Felices 60, Diego. Serán muchos más.

Ya no hay chistes malos

Ya no hay chistes malos, en su lugar aparecen confesiones, apologías, delitos en sí mismos. Todo humorista que erre en su propósito, verá trás él una horda de indignados que lo acusarán de todo menos de mal humorista, mote que para el caso sería más ajustado.

Martín Cirio, alías La Faraona, supo probarlo empíricamente. Tiempo atrás, hace diez años para ser precisos, el humorista practicaba una suerte de humor negro que hoy día ni califica como tal -en cambio, califica como aberración-: chistes sobre pedofilia, los niños del jardín, la masturbación y otros vicios poco decorosos. En su momento, los chistes funcionaban, la pista nos la da el hecho de que la sanción negativa llegue diez años tarde y a raíz de una discusión poco interesante entre el humorista en cuestión y el Dipy. El tiempo no siempre conserva en buen estado, prístinas, a las humoradas: los chistes de Porcel son condenados, Jorge Corona y su estilo provocador son condenados, los chistes con olor a guardado de La Faraona no son la excepción.

Son condenados, y vuelvo al principio, no como chistes malos sino como confesiones directas de placeres ilegales. Este es el pecado del psicodiagnóstico: cultivar la creencia más o menos masiva de que un chiste habla de quien lo cuenta, de que un dibujo habla de quien lo dibuja, de que una letra de una canción habla de quien la canta, etcétera. Se da un salto entre obra y artista, entre producción y productor que bien podría evitarse para no caer presa de los precipicios más aburridos y más hondos de la moral.

Los chistes de La Faraona, originalmente graciosos (quizá por cierto régimen simbólico de aquél tuiter que les dio cuna), se han transformado por el paso de los días y de los activismos en chistes horribles, chistes malos, pero en ningún caso se puede leer ahí una confesión de parte o una oportunidad para querellas un tanto serias. Martín Cirio, según sabemos, es un mal comediante; todavía carecemos de elementos para juzgar su persona, sus valores, su día a día.

Una discusión actual

La biblia y el calefón, programa del 19 de noviembre de 1999. Lo conduce el talentoso Guinzburg y acompañan, como invitados, Marcela Morelo, Cacho Buenaventura, Cecilia Oviedo y Rodrigo Bueno. El clímax es alcanzado en el segundo bloque cuando el sospechoso conductor lanza al aire un nuevo de tema de conversación: ¿saben los hombres desempeñarse en la cama? ¿qué piensan las mujeres?

Un 82% de las mujeres, dice un Guinzburg aparentemente informado, está disconforme con sus hombres o con los hombres en general. El dato despierta automáticamente el debate: Rodrigo, por ejemplo, se muestra preocupado por salvar su reputación de la sombra oscura de la generalidad; Cacho cuenta chistes. Las mujeres del estudio, Cecilia y Marcela, se muestran pudorosas y sin ganas de ensuciar la fama de sus respectivas parejas, las actuales y las históricas. La discusión se desarrolla, sin embargo, en el registro del humor, tónica habitual del programa en cuestión. Hablar de sexo es sublimarlo y se parece bastante a producirlo.

Nadie se ofende ni blande ninguna bandera de conquistas sociales. Al aire, para azuzar la discusión aun más, la producción muestra un desfile de notas: la periodista Ernestina Pais entrevista, en la calle, a varias parejas para que la duda universal sobre la que el programa se monta pueda resolverse: ¿y vos, cómo te desempeñás en la cama? ¿qué opinás vos de cómo él se desempeña? Todas las notas, por lo menos las recortadas, se desarrollan también bajo el registro del humor: se suceden las chicanas, las autocríticas, las felicitaciones, las postergaciones: hay cosas más importantes.

Más de veinte años después, uno de los issues principales del foro público nacional sigue siendo el mismo: ¿saben los hombres satisfacer a una mujer en la cama? En Tuiter Argentina, por ejemplo, este asunto es tratado con una seriedad sin precedentes: se teoriza sobre el comportamiento psicocultural del hombre, sobre las influencias inhóspitas del fantasma que han llamado patriarcado, sobre la secreta geografía del clítoris, sobre la ineptitud masculina para los quehaceres domésticos, sobre los pormenores específicos del goce femenino al que ninguna palabra parece cernir del todo. Alcanzo más fácil el orgasmo sola que con un varón, dice a los gritos una importante pensadora made in fsoc (o bien una redactora anónima de Revista Hola).

No hay progreso. Mientras los términos y las condiciones de la discusión se mantienen, casi todos ellos, estables, una variable ha sido modificada: con ayuda de la valiente progresía nacional, metió la cola Míster Superyó y practicó así la técnica que con tanto talento práctica desde que el mundo es mundo: aguó la fiesta. Antes la charla se daba con humor, hoy la discusión se da con solemnidad y una épica demasiado cara para lo que es; antes todos trataban de salvar al de al lado, hoy se trata de un sálvese quién pueda; antes había chistes, hoy hay autoayuda; antes había complicidad, hoy hay lucha de sexos; antes había atorrantes, hoy hay víctimas y victimarios; antes Cacho hacía sus gracias, hoy Cacho pide perdón; antes Marcela se sonrojaba, hoy pide públicamente que la hagan acabar.

Lo absurdo

El amigo Scribbly G, humorista gráfico él, le saca jugo por demás a la fruta del humor absurdo, aquél basado en la inversión de las leyes de la física, de la lógica y de la naturaleza.

No es un estilo inteligente ni pertenece al polo alto de la comedia que, por ejemplo, los Les Luthiers convirtieron en barco, mar y faro. Sin embargo, es efectista: acostumbrados a un orden ya consuetudinario, es difícil no regalarle al menos media sonrisa a todas las imágenes que participan de este mundo sin corresponder a este mundo.

Scribbly G formula imágenes intrusas o paganas: podemos ver en su arte cómo un cubo rubik, concentrado por demás, arma un cuerpo humano; podemos ver en su arte cómo una banana pela a un hombre hasta exponer su carne; podemos ver en su arte cómo un encendedor se ocupa de sacarle chispas a un hombre; podemos ver en su arte cómo la típica escena de un tipo mandando su perro a buscar una pelotita de tenis es dada vuelta: ahora una pelotita de tenis corre al perro.

Después de tanto absurdismo uno regresa a la programación habitual algo mareado o tal vez interrogado: ¿cuál es el sentido de que un perro persiga con tanto fervor a la pelotita que lancé también con tanto fervor? ¿Quién me asegura que aquello es más absurdo que todo esto, que toda mi vida?

Un personaje: primera entrega

Desde los márgenes de tuiter, el usuario poeta_lirico1234 se dedica sin pudor a la adulación de mujeres famosas. Esa es toda su práctica en tuiter: sube a cada rato una foto más o menos actual de alguna celebridad femenina que le guste declarando en el texto que aquella es un minón.

Nuestro personaje de hoy detecta, en el ambiente de celebridades, quiénes son dignas de su bendición de cada día y actúa en consecuencia. No parece ser, sin embargo, exigente: el universo de mujeres elogiadas es amplio e inclusivo. Nai Awada, Moria Casán, Carolina Ardohaín, Carla Peterson, Pía Shaw, Carina Zampini, Leticia Bredice, entre otras, han recibido su visto bueno.

Al poeta lírico no le importa quedar frente a ninguna fiscalía como un auténtico pajero. Este es un diagnóstico demasiado sencillo como para que además sea ajustado. De lo que se trata es de otra cosa: de un hombre que con su placer visual no puede hacer otra cosa que poesía.

La carta de una mujer enamorada

Miércoles, 16 horas. Comienza Fantino a la tarde y su conductor pide, rápidamente, que paren la cortina musical. Mira a cámara y promete un principio distinto, por eso el no a la música y por eso el semblante demasiado serio o en su defecto compenetrado en vaya a saber uno qué. En sus manos, según deja ver, hay una pila breve de papeles que parecen ser la diva, la vedette, la estrella de lo que está por suceder. Tengo en mis manos -dice el famoso conductor- una joya televisiva…si lo sabemos tratar bien, puede ser una joya televisiva. 

Tengo en mis manos -continúa- un manuscrito. Esa es la noticia que en pleno vivo lanza al aire el amigo Fantino: la joya televisiva de la que él hace gala es, entonces, una carta de puño y letra. Voy a leerla -anuncia finalmente- no me importa si esto mide o no mide. Un buen conductor se la juega por lo que sin demasiado esfuerzo llamamos intuición, nombre que podría ser reemplazado mejor por el nombre de lucidez o rapidez del ingenio. Fantino va a leer a cámara, en pleno programa de televisión, en medio de una pandemia, una carta anónima de una mujer cualquiera que desea compartir una historia de amor: la suya.

La autora anónima tiene 62 años, vive en un pueblo de La Pampa, cuya identidad decidió restar de la publicidad. Está, cuenta, casada hace casi cuarenta años con el padre de sus dos hijos, que luego de mudados a una gran ciudad del país han mermado la frecuencia de sus regresos al Pueblo. Esta es su introducción: narra primero lo que es de público conocimiento, su vida doméstica, los pormenores de su cotidianeidad. No es difícil adivinar, en el momento, que esta introducción está hecha para advertir un giro, un plot twist como dicen los que saben. 

Fantino, que está levemente emocionado, intercala la lectura con la mirada a cámara. Esta es una verdadera historia de amor, acota en paralelo. La señora conoció, según establece la carta, a un hombre: a un jubilado ferroviario que perdido en el pueblo de donde es nuestra narradora le preguntó a esta cómo abandonar el lugar: buscando en ella una salida encontró, se puede decir, un motivo para quedarse. La carta relata los pormenores del caso:

  1. Los meandros de la seducción: la manera que el hombre eligió para cautivarla fue la introducción a la literatura. Le recomendó y le hizo leer libros tales como Rojo y negro de Stendhal, La divina comedia de Dante, Como agua para chocolate de Esquivel, etcétera. 
  2. Los lazos del hombre: está casado y tiene cuatro hijos.
  3. El acontecimiento del primer beso: ella le mintió a su marido diciéndole que iba a la Iglesia motivada por el rosario de las siete cuando, en realidad, iba a encontrarse con el lector que la tenía por demás interesada: en la camioneta del hombre, él se atrevió a besarla por primera vez, práctica que no dejó de continuarse clandestinamente. 

Finalmente, llega el turno de la conclusión, conclusión que no es de la historia de amor sino de la carta puesto que se presenta, al fin, el motivo de la misma. La pampeana de 62 años no escribe para desahogarse o no solo para eso sino para que la ayuden a tomar una decisión: ¿qué hago -escribe la señora- me la juego por este amor gritándolo a viva voz, a riesgo de que ni mis hijos ni mi marido ni mis vecinos me puedan perdonar o me lo guardo para mí, en la forma decorosa del silencio?

Fantino dobla los papeles indicando el fin de la narración. Acto seguido la televisión muestra a una Marcela Tauro emocionada, aún más, que el conocido conductor. Se abre el plano y con esta toma también el debate, cada participante del panel cuenta con la chance de exponer su consejo: que se la juegue, que no, que hable, que calle. Fantino, el moderador, nuestro daimón, consigna, antes de todo, que con el amor no se jode ni se discute y que no es un asunto para tratarlo como suele tratarse, es decir, con banalidad. Y no le falta razón. 

Esto también pasa en la televisión argentina. 

La tercera crisis

A la crisis sanitaria (que además de incluir al estrés de las camas de terapia intensiva incluye a los avatares de la vida anímica, llamada con poesía salud mental) y a la crisis económica, se ha sumado una tercera crisis: una que afecta lo cognitivo, una crisis del pensamiento.

La crisis del pensamiento es doble: por un lado, estamos empachados de coyuntura, y tal empacho nos empuja al monotema: es difícil hoy entablar una conversación que no sea sobre el coronavirus y sus terribles consecuencias. Por otro lado, no solo estamos encerrados en la monotematicidad del virus sino que, además, no hay nada interesante ni original para decir sobre ello (se ha dicho todo y en poco tiempo).

El encierro no es una cuestión meramente especial. No se trata de un domo que se ha instalado sobre el AMBA para cercenar nuestra libertad de movimiento. El encierro es, en cambio, una herida en nuestros talentos mentales, la imposibilidad certera de hablar de otra cosa que no sea la televirtualidad, la angustia, la higiene personal, la distancia, lo *real* de la enfermedad, etcétera, etcétera. El encierro es entonces un asunto del diálogo. Y de ese encierro, cabe decir, no se sale con ninguna medida gubernamental.

Ciudad mágica

Quizá la canción más representativa de Tan Biónica sea Ciudad mágica. Es representativa, o un emblema, porque significó un golpe en la nariz del canon, un hit absoluto, un tiro al blanco efectivo que se traduce en casi veinte millones de reproducciones en YouTube. Es difícil pensar en Tan Biónica y no recordar esa oda recontra pop a Buenos Aires.

Al mismo tiempo, la canción falla en respetar la historia privativa de Tan Biónica: la letra es concientemente tonta, es decir, alegre. Se plantea no molestar ningún pensamiento ni alentar ninguna revelación demasiado oscura para almas bellas. Es, en ese sentido, una excepción que corroe apenas la coherencia interna de la obra de Tan Biónica: podemos encontrar, en esta, más ejemplos contrarios, opuestos (es decir, líricas dramáticas, tristes, autodestructivas, sentidas), que ejemplos orientados en el mismo sentido bobo. El Chano errático, melancólico, ícono de corazones desgraciados, que canta qué lindo arruinarse con vos queda, de pronto, postergado por Ciudad mágica.

Ciudad mágica se convirtió en himno, no digo solo de Tan Biónica, sino del PRO, el partido político todavía verde que principalmente Mauricio Macri se encargó y se encarga de criar. Nos cansamos de escuchar cómo me gusta verte caminar así en esas demasiado frecuentes noches de festejo en el bunker de Costa Salguero. El macrismo expropió una canción y el señor Moreno Charpentier puede jactarse, si quiere, de que un Presidente de la Nación bailó y cantó uno de sus temas.

Se vuelve una opción, entonces, buscar en la letra de Ciudad mágica una pista, una clave, que permita colegir mejor la mitología del PRO y también su eficacia simbólica. ¿Se trata de mimar a la Ciudad de Buenos Aires, a sabiendas de que por ser la cuna del PRO es donde Macri y compañía siempre juegan de local y con los vientos a favor? ¿Será solo eso? ¿Qué tal si nos quedamos, no con la canción entera, sino con una frase puntual, a saber, “por hoy no pienses más/ yo sé que lo necesitás”? ¿Será ese el grano de verdad que junta a la fuerza a Tan Biónica y al PRO: una invitación a no pensar, a ser feliz porque sí, independientemente de las satisfacciones y las angustias provenientes de la realidad efectiva? ¿Será esa la propuesta del PRO: la concepción de un mundo idiota, de idiotas y para idiotas donde la felicidad es, a ese precio, viable?

La advertencia kaczkiana

Si se le presta atención a Guido Kaczka uno puede encontrarse, de repente, con un pensador. Con otras palabras, con alguien que ante la sobreabundancia de información y de verdades reveladas es capaz de restarse de la extensa sala de reuniones donde todos los invitados asienten automáticamente.

La otra vez un participante de su programa, el actor Juan Manual Guilera, confesó que transpira mucho por las manos, cosa que afecta a sus destrezas físicas. Su condición, explicó también, tiene un nombre: hiperhidrosis. La reacción de nuestro protagonista fue tan genuina como artificial, en el sentido de que se trató de una producción personal: Kaczka dijo, denunció o describió que ahora todo tiene un nombre.

“Ahora todo tiene un nombre”, así construyó el enunciado el famoso conductor del Trece para relativizar de un saque los desmedidos esfuerzos del discurso científico por achicar cada vez más la conjetural ezisencia de la cosa en sí kantiana. Si todo tiene un nombre, todo es cognoscible; y si todo es cognoscible, poco lugar le queda a la mística, a lo epifánico, a la poesía y al goce de los sentidos, a lo que por ser singul

La crítica o la advertencia de una realidad cada vez más nominada supone a la vez un movimiento regresivo y romántico hacia una etapa anterior, donde era más posible el inventarse un nombre propio (en lugar de recoger uno cualquiera y gastado del baúl de significantes que juntos conciben un código aburrido). El hecho casi objetivo de sentir transpiración en las manos ha sido, como cada fenómeno en apariencia nuevo o inexplorado, convertido en una etiqueta pegajosa, etiqueta que atrae la ventaja de no pensarse en lo que se piensa, de ni siquiera incluirse en el propio cuerpo, de neutralizar sin más todo lo relativo a una subjetividad siempre inédita e irrepetible por definición. De eso, creemos, está al tanto a su manera Guido Kaczka.

Cuatro apuntes aislados sobre cuatro películas aisladas

1) En Dos disparos, película de Rejtman, alguien encuentra un arma que se presenta como un retorno de lo reprimido, un residuo acomodado en la noche de las noches, junto a los demás escombros de lo superado, que han juntado también polvo y años. Esa misma arma de la que nadie habla, carente de relato, desideologizada, desconocida incluso para sus familiares, guardada en el costado último de la casa, es de pronto encontrada y tras ello no puede nunca más ser escondida, como si la verdad, una vez que sale a la luz, ya no fuera hábil para regresar al cajón negro de lo inconciente (no todo el inconciente es cajón negro, apenas una parte recibe con alegría esta propuesta de metáfora).

2) En Ace Ventura, el supuesto hombre-animal, el detective de la fauna, la bestia civilizada, demuestra que el equilibrio con la madre naturaleza es apenas un sueño diurno de algún freak, pues la relación que este guarda con el murciélago está quebrada por el espanto. ¿Cómo él, que tanto ama a los animales, tiene a su talón de Aquiles ahí justo donde encontramos siempre el corazón de su semblante?

3) Picnic en el jardín, de Renoir, es un intento más de representar la tensión naturaleza-cultura, donde en un lado encontramos al sexo, a la orgía, al desenfreno irresponsable de la carne, y del otro a la inseminación artificial, al tabú del contacto y a la razón del higienismo. Esta dialéctica culmina con la victoria de un elemento que no pertenece íntegramente ni a un lado ni al otro: el amor, que es un olvido estable del instinto y al mismo tiempo el símbolo madre de toda resistencia posible al progreso técnico-científico.

4) Capitán Fantástico se sitúa en la misma guerra de fueros. De un lado, el sueño demasiado hippie de simplemente abastecerse de las bondades de la naturaleza, prescindiendo así de jugar con las reglas del capital. Del otro, el sueño demasiado americano de alcanzar la realización personal por intermedio del consumo, el reconocimiento social y la pretendida justicia del sistema económico. Ningún sueño se tolera sin una dosis mínima de delirio. Al final, el buen salvaje termina decidiéndose por un tercer camino: el de pertener al capitalismo pero no tanto, cultivando y viviendo de la tierra y esas cosas, pero mandando a sus cachorros al colegio, integrándolos de tal modo a la vida con otros. La moraleja es que si te las ingeniás para quedar bien con Dios y con el Diablo, este último se queda más contento que el primero.