Comé y callate

Dentro del universo alumnos de psicología hay de todo. Algunos creen que la psicología tiene algo que ver con el sentido común, entonces se refugian en sus primitivos y forzados homo psychologicus y hacen de ese refugio la puesta en marcha de un insondable repaso de fraseologías tristemente hechas. Otros, quizás más divertidos, estudian psicología para desestimarla: no debe haber mejor modo de aprender un dominio que combatiéndolo. Hay de todo; ya saben.

El otro día, un viernes, ese día hecho para los cansados, una profesora, psicoanalista ella, presentó un caso clínico. Apenas lo presentó. El caso responde a una niña ya internada (diez años si no me equivoco) que presenta inhibición alimentaria (no come), un denso afán hablador (no deja de hablar), ciertos voluminosos arbitrios y una impostergable obediencia santa a ciertos pensamientos de orden obsesivo -que es como decir ridículos- que acuden a su mente, a su cabeza (esa especie de vocecita le pide, por ejemplo, que corra a un punto aleatorio o que se siente de rodillas y apriete sus piernas sobre su estómago). Es un caso gracioso. No deja de ser, no obstante, preocupante.

Lo presentó, sobre todo, para explicar, a partir del contraejemplo, la siguiente cita de Lacan, de un Lacan de los años 50.

«(…) prudencia en el método, escrúpulo en el proceso, abertura en las conclusiones, todo aquí nos da ejemplo de la distancia mantenida entre nuestra praxis y la psicología».

La cita es clara, no nos exhorta a una mayor ampliación. Vayamos directamente al contraejemplo presentado por la susodicha: resulta que, como respuesta a los perentorios síntomas presentados por la infante, un psiquiatra participante del interdisciplinario plantel de trabajo decidió, así sin más, hablar -conversar, diría- con la paciente. Luego del diálogo concluyó, rápidamente, a-metódicamente, que la niña estaba así -sin comer- porque se había tragado ciertos mocos durante un tiempo importante. Es una interpretación chistosa, a lo Les Luthiers. Sospecho que la joven nunca hizo uso de la figura tragarse mocos puesto que un poco en desuso está, pero no lo sé con rigor. Lo que sé, lo que sabemos los oyentes es que esa interpretación sucedió el día uno de internación lo cual es, al menos, un elemento que encastra perfectamente en este mundo fast food, en este mundo chatarra, chatarramente light.

La Profesora llegó a la siguiente conclusión: la interpretación es errada, está tirada de los pelos; y llegó, también, a la siguiente moraleja: en nombre de la eficiencia, en nombre de la velocidad, en nombre de la urgencia se puede llegar al acallamiento, cuanto menos parcial, de cada Sujeto (el psiquiatra la escucho, digamos, para no escucharla): ¡comé y callate!

Luego de presentado el caso, ciertos compañeros, quizás por golpe de alguna epifanía, se miraron al unísono y tiraron (el verbo cabe bien) la hipótesis del abuso sexual. La opción no es descabellada. El feminismo está en boga, por suerte, y nos permite dar cuenta de dos cosas: una, de que hay más abusos (infantiles y no infantiles) de los que pensábamos y, dos, de que el mundo es más horrible de lo que algunas almas bellas se animan a escrutar. Como consecuencia de estas dinamizaciones, tenemos el advenimiento de más denuncias, de más mujeres que cuentan que han sido abusadas o violentadas por hombres, de más padres atentos ante los movimientos y los síntomas de sus hijos. ¿Podría ser un abuso sexual, entonces? Sí, claro: hay muchos, el mundo está mal, está abusado.

El problema es otro. Siempre es otro. La masificación de un discurso, la avasallante y ortogonal verdad de la Época, la sobrecristalización de un sentido, el mundo convertido en un amplio salón de peluquería, la apriorística e inflexible definición de cuáles son los problemas actuales, la carencia de la duda, el pavoroso clamor, el harto ruido del día a día, son todos fenómenos que, al estar inevitablemente pegoteados, silencian al sujeto contemporáneo hasta el trágico punto de silenciarle el silencio. ¿Dónde está, por ejemplo, la palabra de esta chica de diez años, que no come, que sufre, que es caprichosa, que habla mucho cuando, así de fácil, un mundo, un mundo por demás abusado, postula una explicación alzándola al cielo cual bandera nacional antes, siquiera, de oír cuál es el timbre de su voz?

¿Podría ser, esta niña, víctima pasada o presente de un abuso sexual? Sí, por supuesto. Eso está latente. Pero podría ser víctima de cualquier otra cosa. La sobredeterminación del síntoma, la indeterminación del deseo y la no determinación del significante ilustran eso: podría ser cualquier cosa, por eso mismo es que es preferible elegir la prudencia en el método, el escrúpulo en el proceso y la abertura en la conclusiones. Sí; es más difícil de lo que suena.

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