Jamaica

Cuando se piensa en Jamaica, en general, es muy fácil verse derrotado por alguna liviana tesitura que presenta, como figura, a un Bob Marley. De fondo, mientras tanto, algún optimista iza, sin que nos demos cuenta, la colorinche bandera del rastafirismo. Se cuelan  también, en ese entramado por demás sonoro, por detrás, el olor a medicina cannábica, la alegría obligatoria, la idea de que basta un poco de dejadez para que estar en el mundo valga la pena. Una voz dice, desde lejos, emancipate yourselves from mental slavery. Se anuncia la paz, la hipotensión abre surcos, se da lugar a la manía sosegada y se erige cierta catálisis que termina, a la larga, en la furia del relajo. Eso es pensar en Jamaica: que todo fluya. Jamaica significa cerrar los ojos y que la cabeza no se resista al leve impulso de jadear.

Sin embargo, desde el martes de la corriente semana, la representación de Jamaica comenzó a revertirse dado que, tal día, nos enteramos que en nuestro país se va a instalar, cual virus, cual tumor que se pegotea justo allí donde su bienvenida no es posible, una oficina del Fondo Monetario Internacional cuyo director será, al igual que el movimiento rastafari, un oriundo de Jamaica: un tal Trevor Alleyne. Así, volveremos a escuchar de un jamaiquino la prédica de un ¡everything’s gonna be alright! Pero esta vez, ya saben, habrá que desconfiar un poco pues el interprete usa traje. Y corbata. Y es un buitre.

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